No se puede detener al tiempo ni envolver a la noche. La música se escabulle a la filosofía. Dice Nietzsche en el aforismo 250 de “La Gaya Ciencia”, llamado ”La noche y la música”:
Sólo
de noche, en la penumbra de los bosques umbríos y de las cavernas, pudo
alcanzar ese órgano del miedo, que es el oído, un desarrollo tan grande, merced
a la forma de vida de la época del terror, es decir, de la época más larga de
la historia de la humanidad. Cuando hay claridad, el oído es mucho menos
necesario. De ahí el carácter de la música, arte de la noche y de la penumbra.”
Y entonces nos atrevemos a
crear un mito en el cual la música bien pudo ser engendrada por Cronos y Nix:
el tiempo y la noche. La música como una
entidad con cualidades divinas.“La música
es un demonio” menciona Kierkegaard en el libro “lo erótico musical” y esa
referencia nos lleva a Sócrates. El daemon, sí, esa voz interna que le repetía al filósofo
creador de la mayéutica: “Sócrates,
ejercítate en música”, “Sócrates, ejercítate en música”. Si la música es como
un daemon socrático, esa entidad
invisible que sugiere cosas, entonces es también una incitación a hacer, a crear. El daemon, la voz de lo otro que
soy yo mismo, el pensamiento en
movimiento, la memoria caminando y
creando formas, estructuras móviles; trayecto invisible, abstracción del movimiento; el daemon- música
un medio de acceso a una realidad alternativa a ésta realidad que habitamos; y
un medio para transformarla.
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