Las fronteras son
convencionales. Una de esas convenciones son los roles de padre e hijo. El hijo
siempre tratara de trascender la frontera del padre, acercarse al padre,
destronar al padre, convertirse en padre.
La palabra padre, proviene del latín “pater” -el páter familias en la antigua Roma era la cabeza de familia. El padre es pues la persona que ejercía -y ejerce- el poder, el dominio y la autoridad. Dice Rousseau que la primera forma de sociedad es la familia y que el estado es análogo a la estructura de familia, donde mediante un “contrato social” (Rousseau, 2004) , el pueblo, -los hijos- le otorgan el poder al padre –gobierno-. El padre manda y el hijo obedece. No es entonces extraño que en nuestros días haya dos tendencia marcadas: una del Estado a tratar a los ciudadanos como niños, se trata de un mecanismo para controlar a la sociedad; y otra de los ciudadanos en tratar de sacar el mayor provecho de la protección del padre hasta caer en la “cultura del “pedir” y del menor esfuerzo.
El padre, se ha hecho “legítimamente” del poder, se ha
convertido en el dominador (Dominus-señor)
de la mujer, de los hijos, de la
historia. La tradición está muy arraigada, de tal
manera que no se permite que los individuos dominados entender su realidad, su
existencia. Se vive en el engañoso mundo creado por el dominador. Controlados,
pero satisfechos, incluso se le pide al dominador más control –trabajo- y más
satisfacción instantánea.
Hay
tanto el arraigo del patriarcado que de pronto pasan inadvertidos ciertos
convencionalismos erróneos. Por ejemplo: La palabra Matria, - concepto femenino
análogo del término Patria (del latín Pater-
Padre) no existe en el diccionario de la Real Academia Española. De Patria nos dice el diccionario de la RAE
que es la “Tierra natal o
adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por
vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, pero esa definición nos parece
un error milenario ya que es la Madre y no al Padre a quien se le asocia con la gestación y con la
tierra; sin embargo, la tradición patriarcal nos dirá que puesto es el padre y
no la madre quien es “legalmente” el
“dueño” de la tierra está llevará el nombre de “patria”. También la película
“The Matrix”(1996) contiene un argumento falaz. En ella se presenta la confrontación entre el varón, el
hombre, “The One” (Neo, representado por Keanu Reeves) y la “Matrix”, una
máquina reproductora de un mundo virtual que busca apoderarse y\o exterminar
toda forma de vida del mundo real. La “Matrix” está a punto de consumar su
conquista, pero entonces llega “el elegido”, “The One”, a salvaguardar al mundo
real. El error en ese argumento está en que no es la tradición matriarcal la
que ha dado origen al mundo “virtual”, de hecho, la palabra “virtual” proviene
de “virtus” (virtud) y está
emparentada a su vez con la palabra “vir” (varón).Así pues, la virtualidad,
por artificial y lógica, está más
emparentada con el varón (padre) que con la madre; ese es el alcance del
arraigo de la tradición patriarcal, donde todo lo que atente contra el padre
debe estar asociado con el mal y por supuesto con la mujer o lo femenino,
aunque sea el propio padre quien atente contra sí mismo.
En su
obra “Tótem y tabú”, Freud menciona
que en las sociedades primitivas el padre imponía sus reglas, monopolizaba a las hembras
y mantenía a raya a los hijos. Éstos al ver los privilegios del padre desean
tomar su puesto. Así que lo asesinan, lo devoran y luego poseen a las hembras que pueden ser sus
hermanas e incluso su propia madre. Se trata del “complejo de Edipo” en el que
el individuo siente el impulso del parricidio y el incesto: matar al padre y
poseer a la madre. En el pensamiento freudiano el tótem
representa al padre: temido y amado; y el tabú al incesto: pues produce repulsión y a la vez
atracción. Pues bien, en 1789 con la revolución francesa surge la
democracia moderna, que nos recuerda a aquel derrocamiento primitivo del padre
por los hijos ya mencionado por Freud. El pueblo que se rebela contra el Rey y
lo ejecuta. El pueblo (los hijos) ahora tiene el poder. Pero la supuesta
democracia también tiene la necesidad de controlar al total de la sociedad, sin
embargo, el control ya no será mediante la fuerza –ley del más fuerte- , sino
mediante un control suave con un trabajo alienante, la supresión de la crítica y la represión de
la sexualidad, nos dice -retomando a Freud-
Hebert Marcuse en sus libros “Eros y Civilización” y “El hombre
unidimensional”. Para pertenecer a ella, la sociedad reprime al individuo, o le
incita a sublimar sus instintos sexuales con el fin de no trastocar el orden.
Los individuos que no se ciñen a las normas sociales son tomados como rebeldes
o que atentan contra la sociedad o finalmente son exiliados. Cabe decir que siempre ha habido individuos –“homeless”, limosneros, extranjeros…- que rechazan el poder del
padre, del estado o del gobierno. Tenemos el caso de los antiguos filósofos
griegos llamados los “Cínicos” (Crates,
Diógenes, Antístenes…) quienes desaprobaban
todo tipo de convencionalismos. Rechazaban a la patria, a la familia, al
dinero, a la autoridad, a los dioses… (Onfray, 2002). Por supuesto que ellos
rechazaban a la sociedad, pero la sociedad también los rechazaba a ellos. No
son personajes gratos para la historia imperante. Se les ha exiliado, del
mundo. Se les ha enjuiciado como peligrosos para la ciudad, personajes
repulsivos; y se les ha encontrado culpables. “Uno siempre es un poco
culpable” -Lo dijo Camus en “El extranjero”.
“Yo acepto ser tu padre y tú aceptas ser mi hijo.” Dominado y dominador acuerdan
su respectivo papel. En la parábola cristiana del hijo pródigo, éste, se
va de casa y se dedica derrochar su herencia de manera libertina; luego de caer
en la miseria decide regresar con el padre, pedirle perdón y con su venia ser
su jornalero. El padre lo recibe con un banquete y dice “éste mi hijo muerto
era y ha revivido”. ¿Por qué dice “mi hijo muerto era y ha revivido”? Cuando el
hijo pide la herencia y se va, rompe el pacto familiar, pero en el momento en
que regresa, se revive el pacto. Se ha renovado el pacto. Al nacer o morir
un pacto también mueren o viven sus
participantes.
En
la novela de Camus, “El extranjero”, cuando el juez interroga a Meursault, el
protagonista, por el asesinato que ha
cometido, termina condenándolo por no creer en Dios. Dice el juez: “Ningún
hombre es tan culpable como para que
Dios no lo perdonase…pero para eso es necesario el arrepentimiento… volverse
como un niño cuya alma está vacía y dispuesta a aceptarlo todo” (Camus, p. 89). Meursault que desde casi el principio
advierte que es ateo, no se arrepiente y es condenado a muerte, de hecho
Meursault desde antes del juicio ya estaba condenado a muerte, más aún, parecía
que Meursault ya estaba muerto en vida, pues ahí mismo dice el protagonista:
“Mi suerte se decidía sin pedirme mi opinión.” Como si no existiera ya. Y es que al negar a
Dios (al Padre), Meursault había roto el pacto con anterioridad.
Cuando llegaron los españoles al antiguo México, juzgaron
a los nativos como creyentes de demonios, como
salvajes que comían corazones humanos. Así que les
extirparon el alma. El alma de los nativos tuvo que emigrar, pero ¿hacia dónde?
“Quedarse aquí o partir, lo mismo da” (Camus, p. 76) Quedaron ¿Cuerpos sin alma? Probablemente porque después los “padres”
españoles les trasplantaron una pseudo-alma, un remedo, un condicionamiento,
un producto: bazofia; Les trasplantaron su alma y luego les pidieron que
se arrepintieran de su vida pasada; y
que se convirtieran como niños “con el alma vacía”; y entonces los bautizaron;
y así los convirtieron en sus hijos. Algunos aceptaron.
Nuevamente
en la novela “El extranjero”, cuando el juez le pregunta a Meursault –el
protagonista- si cree en Dios y él le contesta que no, el juez se indigna, pues
piensa que todos los hombres creen en Dios
y le parece inconcebible que alguien no crea en él. Entonces le grita a
Meursault: “¡Quiere usted que mi vida carezca de sentido!”. (Camus, p. 90). Con
esta idea, Camus representa como la tradición occidental no concibe que pueda
haber un mundo sin Dios, sin padre, y que por tanto, el hijo debe reconocer al
padre, aunque el padre no le reconozca a él.
Sucede
que el padre que no reconoce a sus hijos, al no reconocerlos, los convierten en
hijos ilegítimos, de segunda categoría, en bastardos (nacidos en el granero) y con
ello quedan excluidos del reparto de la herencia paterna. Cuestión de dominio,
legalidad y economía. Llegaron los españoles, a América, ultrajaron a las
nativas, tuvieron hijos y no los reconocieron; además las indias tenías que
agradecer el hecho de haber sido ultrajadas;
y el hijo “ilegitimo” tenía que reconocer al padre y convenir con él una especie de “me pongo a tus
órdenes, haz de mí lo que quieras. Soy tu hijo, soy tu esclavo.” Sí, todos
los hijos tienen padres, pero no todos los hijos son reconocidos por sus
padres. Ni todos los padres deben ser reconocidos por los hijos. No hay mayor
veneno para el patriarcado que el hecho de que su hijo (s)
deje de creer en él, en sus valores. Nada irrita más al padre –legítimo
o ilegítimo- que la simple sugerencia de la renuncia a la condición de ser su
hijo. Escuchar un “yo no tengo patria, soy ciudadano del mundo” a la manera de
Diógenes (Onfray, 2002); o un “mi patria
es mi obra”, a la manera de Milan Kundera,
corta de tajo con su potestad. Por consiguiente, digo adiós al Padre y
acepto de buen grado la responsabilidad,
la angustia, la culpa y la condena (Sartre, 2010). Soy ciudadano de
mí mismo. Soy mi propio padre.
Referencias
bibliográficas.
Camus, A. (2004) El extranjero. Argentina: Booket:
Engels, F. (2004) La familia monogámica. México: Claridad.
Freud, S. (1973) El malestar en la cultura. España:
Alianza
___________(1977) Totem y tabú. España: Alianza
Kundera, M. : (1994) Los testamentos traicionados. España:
Tusquest
Marcuse, H. (1983) Eros y Civilización. España: Sarpe
__________(2004) El
hombre unidimensional. México: Joaquin Mortiz.
Onfray, M. (2002). Cinismos. Argentina: Paidós.
Rousseau, J.J. (2004) El
contrato social. México: Época
Sartre, J.P. (2010). El existencialismo es un humanismo.
México: Edimusa.