Caminamos como entre la niebla, entre las brumas aparecen y desaparecen paisajes, nos dice Milan Kundera en su libro“Los
testamentos traicionados”. El libro de “El maestro ignorante” de Jaques se nos aparece como uno de esos
paisajes que estuvieron perdidos entre la bruma. Jacques Ranciere, el autor del
libro, nos presenta a un recuento de ideas, obras y sucesos biográficos del pedagogo
francés Joseph Jocotot, quien vivió entre los siglos XVIII y XIX, y que por
diversas razones, tanto él como su propuesta, permanecieron olvidados, ocultos,
desacreditados, censurados.
Vayamos al punto. La propuesta educativa de Joseph Jocotot surgió
fruto de una casualidad. Se encontró dando en la universidad de Lovaina (Bélgica)
y ante la imposibilidad de una comunicación con sus alumnos, ellos no sabían
francés y él no sabía holandés, optó por primero aprender-enseñar el idioma,
para ello recurrió al libro “Las aventura de Telémaco” de Fénelon y sin
explicación alguna les hizo repetir una y otra vez, en forma aglutinante lo que
iban aprendiendo: Calipso, Calipso no, Calipso no podía... Luego les
pidió que escribieran en francés lo que pensaban de lo que iban leyendo.
Jocotot se sorprendió al ver los
resultados: lo habían hecho como muchos franceses.
Qué evidencia este suceso. Existe un orden explicador, por
esa razón, que a menudo es una sinrazón, todo lo queremos explicar, pero ¿para qué
explicar lo explicado? Los niños aprenden sin explicaciones, “ellos oyen y
retienen, imitan y repiten, se equivocan y se corrigen, tienen éxito por suerte
y vuelven a empezar por método…”. Por eso la explicación es el arte de la
distancia entre el que comprende (inteligencia superior) y el que no (inteligencia
inferior), el mito de la pedagogía. El maestro explicador es también el maestro
atontador: primero te hace creer que eres tonto, luego él te va a explicar cómo
salir de ese estado de atontamiento. Cuando una inteligencia somete a otra
inteligencia se vuelve atontadora. La explicación es el progreso del
atontamiento ad infinitum. Maestro explicador, ¡Cállate y deja que la obra me
hable! Cállate, deja que la obra se me revele, permite perderme y entender por mí mismo sus misterios.
Emancipación se llama a éste acto de rebeldía.
“¿Usted qué opina
estudio teoría musical o simplemente me centro en tocar?”. Recuerdo que me decía un estudiante. Le
contesté con la idea de que algo de teoría no hacía daño y que podría abrirle puertas. Él me replicó que temía contaminarse. A días de ese diálogo recordé
un grupo de jovenzuelas (The shaggs) que allá por el año 1968 grabaran un disco
llamado “Philosophy of the world”. Una primera escucha de cualquiera de las
piezas el escucha promedió dirá que no saben tocar, que suena feo, desafinado,
fuera de tiempo... pero no aceleremos el
juicio. Si volvemos a escuchar pudiéramos comenzar a entender lo que la música de The shaggs nos quiere
decir. Probablemente las chicas no tienen ninguna preparación musical, pero hacen
su música. Sí, una música que suena feo (¿Qué es lo feo, quién nos ha explicado
lo que es lo feo?), desafinado (¿Qué es la afinación, ha sido siempre la misma
afinación? ¿Acaso no existe la música atonal?, fuera de tiempo (¿Es necesario que la música
sea en un solo tiempo-pulso? ¿Acaso no
hay música polirítmica o con poli-pulso?). Quizás algún experto nos diga que
ellas no están haciéndolo conscientemente, que todo es involuntario. No lo
sabemos, pero esa es la música que hacían ellas y el resultado es único. Hay
una enseñanza universal que se aprende sin ser enseñada. Age quod agis: Hagas
lo que hagas hazlo bien. Mi respuesta a
aquel joven estudiante ahora sería: Emancipados del maestro explicador estamos obligados a
utilizar su propia inteligencia. Los resultados pueden ser entendidos o no,
pero basta con que hayamos solucionado nuestro propio problema para sentirnos
contentos. Quizás eso fue lo que hicieron The Shaggs.
Abreviemos. Las propuestas didácticas de Jocotot son cuatro principios: Todas las
inteligencias son iguales; Todo está
en todo; Un individuo puede todo lo que quiere; Se puede enseñar lo que se ignora.
La idea de que “Todas las inteligencias son iguales” quiere
decir que no hay inteligencias superiores e inferiores. La inteligencia no está
vedada para nadie como se ha intentado
convencernos desde la antigüedad.
El segundo principio:“Todo está en todo y todo está en Telémaco” nos remitió a dos pensamientos: la enseñanza
oriental del budismo Zen y a la Pedagogía del oprimido de Paulo Freire.
En torno al budismo
zen nos remite al siguiente Koan:
Un monje le preguntó a Kazan, un viejo maestro de Zen. “¿Cuál
es la condición de un hombre enteramente iluminado?” Kazan dijo: “Tocar tambor”.
El monje preguntó otra vez: “¿Cuál es la verdadera enseñanza del buda?” Kazan contestó:
“Tocar tambor”. Dijo el monje de nuevo: “No voy a preguntar qué significa `La
propia mente del buda´ sino qué quiere decir `No mente, no Buda´.” Kazan dijo: “Tocar
tambor”. El monje continuó preguntando: “Cuando llega un hombre trascendente,
¿Cómo le recibe usted?” Kazan dijo: “Tocando el tambor.”
Basta con enfocarnos
en aprender una cosa (Un libro como “Las aventuras de Telémaco”) y hacerla bien
para saber qué hacer, no perder el sentido en otros ámbitos de la vida. Es bien
sabido que la sociedad mexicana está desmoronándose producto de que las
instituciones sociales, educativas, culturales artísticas, políticas… están
corrompidas y esa corrupción genera un círculo vicioso. ¿No bastaría con hacer
una cosa bien, para que las demás cosas se nivelaran? Quizás se dirá. “Bueno, nos
hemos enfocado en la economía, y se están teniendo resultados positivos” , pero
si analizamos esos “resultados positivos” nos damos cuenta que nos encontramos ante una falacia y
sobre todo en una simple propaganda para la continuidad del sistema.
En la pedagogía del
oprimido de Freire se plantea la idea de que los individuos se pueden educar a
través de acciones de la vida cotidiana. Basta con saber una cosa para encontrar un sentido y el aprendizaje en el
mundo: dialogar. “Toda la práctica de la
enseñanza universal se resume en la pregunta: ¿qué piensas tu?” Diría
Jocotot.
En el tercer
principio (Un individuo puede todo lo que quiere) se entiende que mientras el
estudiante quiera puede hacer cualquier cosa; por el contrario, todos los obstáculos
se levantarán ante él mientras esté con la idea del “No puedo”. Mediante el “No
puedo” es que funciona la creencia en la desigualdad y por lo tanto la
educación atontadora. Sin embargo, como ya se mencionó, no hay inteligencia
desigual, lo único que hay es atención desigual. El “No puedo” no es sino la
manifestación de la falta de atención. “No puedo” es no quiero, no deseo, no me
interesa, no soporto, no tengo la voluntad de poner atención. En cuanto se pone atención
todas las cosas parecen ser tan sencillas. Como se ve la falta de atención es una
carencia de voluntad: “El hombre es una voluntad servida por una inteligencia”.
La inteligencia es atención. El ejercicio de la inteligencia es la repetición.
El gran defecto es la pereza. Hacer las cosas a medias, poner luegos...
En torno al cuarto
principio (Se puede enseñar lo que se ignora) nos instalamos ante una educación
entre iguales. Ambos, estudiante y maestro ignoran, pero ambos tienen
inteligencia y voluntad por aprender y eso hace la diferencia con la educación
vieja, atontadora. La
visión atontadora siempre quiere ver desigualdad y superioridad. En este
sentido, la educación tradicional se centra en la retorica, para convencernos
de cualquier cosa, por eso, muchos hombres se convencen y se alienan a una
ficción desigualitaria.
En otro sentido Jocotot
propone la pantecástica como un método La pantecástica. -Maestro retórico y explicador…
¡Cállate y deja que la obra me hable! ¡Mejor muéstrame tu obra y déjame hacer
la mía! ¡Yo también soy pintor, yo también soy músico, yo también soy poeta! ¡Dime
lo que sientes y escucha lo que pienso y lo que siento!
No la explicaremos,
mejor le invitamos a practicarla. Para ello trate de seguir las siguientes
fases:
1.- Piense una
palabra, sugerimos qué sea un sustantivo,
aunque puede ser la que ud. quiera.
2.- Anótela aquí: ______________
3.-Ahora cuéntenos “Por
qué ______________ se llama _____________”.
Quiere usted un
ejemplo, por acá lo tiene:
“Por qué el elefante
se llama elefante” de Walter Benjamin.
Esto ocurrió una vez. Había un hombre que se llamaba
Elefante. Esto fue hace miles de años, cuando no se conocían aún los elefantes
que hay ahora. Pero de pronto, para sorpresa de toda la gente, llegó un animal
que no tenía ningún nombre, y el hombre lo vio, y como tenía una nariz corta y
se parecía mucho a una persona, lo adoptó, y el animal se quedó con él.
Estando con él tomó un pedazo de madera,no muy largo,
aunque pesado, y lo arrojó, a fin de que el animal lo buscase. Como el animal
no tenía manos con las que pudiera agarrar el pedazo de madera, intentó tomarlo
con la nariz.
pero la nariz era demasiado corta y al animal le costó
mucho esfuerzo. Probó hacerlo una vez, y otra, y otra (¡Y eso demoraba mucho
tiempo!), hasta que de tanto probar, la naríz se le fue haciendo más y más y
más larga.
Lo del nombre fue antes, cuando la nariz era todavía
corta. Como el animal vivía en lo del hombre que se llamaba Elefante, la gente
lo llamó también Elefante.
Y ahora la nariz era tan larga que podía tomar la madera
con toda facilidad. Le iba bien, y se hacía cada vez más grande. Y hoy es grande
y gordo y con una gran narizmano: precisamente como nuestro elefante. Esa es la
historia.
Si usted ya hizo su
historia, entonces ya sabe lo que es la pantecástica.
Dejemos caer el
telón a este textito. El maestro ignorante (Joseph Jocotot) de Jacques Ranciere,
como ya mencionamos, nos muestra un paisaje que surge de entre las brumas. El
viejo (la educación tradicional) y los buenos (Los explicadores, los retóricos)
han hecho de todo para mantenerlo oculto, para desaparecerlo; sin embargo, ante
una tendencia mundial educativa hacia el desigualdad intelectual, el atontamiento
o la falta de atención se hace necesaria voltear a ver directamente la obra y las
ideas de Joseph Jocotot, no para convencerse de ellas, sino para desconfiar en
lo que tanto confiamos.
Tenías que salir con una mamada, típico de ti
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