Monday, October 22, 2012

El mundo es una representación colectiva.

El mundo es representación colectiva: representación de pensamientos, sueños, recuerdos,sonidos, trayectos, fenómenos, estructuras, experiencias: mundo memoria, mundo ritmo, mundo composición, mundo repetición, mundo relato. Todo lo que se vivencia en la mente o el cuerpo humano puede ser motivo para representar, para crear. En toda creación subyace el relato –el mito- pues relatar es otorgar sentido.

El canto humano.




Los pájaros cautivan con su canto: encantan. Con la música el ser humano se convierte en pájaro que trasciende el canto de los pájaros. Basta escuchar  “El canto de los pájaros” de Clement Janequín o el “Catálogo de pájaros” de Oliver Messiaen para darse cuenta de ello. Sí, los pájaros y los humanos cantan, pero el canto humano, a diferencia del de los pájaros tiene un sentido. Así pues la diferencia entre el canto de los pájaros y el canto humano estriba en que el humano, con su canto relata, representa y crea. El canto humano se desprende de su cuerpo y forja memoria. La Historia es la cosificación de la memoria humana.

La filosofía aspira.




La filosofía aspira a crear, definir, interpretar, deslindar, afirmar, contradecir, lavar, secar, cocinar, adornar, purificar, trasmutar, esquilar…  conceptos ¿Universales? ¿Eternos? Pero, ¿lo logra? El problema de la filosofía es que por tratar de ser creíble desdeña a  la seducción por el argumento: a la metáfora por el silogismo y al ritmo por el pulso adormecedor. 

Para musicar es necesario el entendimiento.




Si para filosofar es necesario el entendimiento; para musicar también. Y entiéndase el musicar  como un acto análogo al filosofar. Paralelamente,  la ininteligibilidad de un discurso filosófico  puede llevar al espectador a transformarlo, en un sonido puro, sin “significado”, a convertir en “música” el bla bla blá, bla bla, bla blá, bla, bla bla blá, bla blá.; en cambio la ininteligibilidad de la música no se puede convertir en filosofía. 

La música se escabulle.


No se puede detener al tiempo ni  envolver  a la noche. La música se escabulle a la filosofía. Dice Nietzsche en el aforismo 250 de “La Gaya Ciencia”, llamado ”La noche y la música”:
Sólo de noche, en la penumbra de los bosques umbríos y de las cavernas, pudo alcanzar ese órgano del miedo, que es el oído, un desarrollo tan grande, merced a la forma de vida de la época del terror, es decir, de la época más larga de la historia de la humanidad. Cuando hay claridad, el oído es mucho menos necesario. De ahí el carácter de la música, arte de la noche y de la penumbra.”
Y entonces nos atrevemos a crear un mito en el cual la música bien pudo ser engendrada por Cronos y Nix: el tiempo y la noche.  La música como una entidad con cualidades divinas.“La música es un demonio” menciona Kierkegaard en el libro “lo erótico musical” y esa referencia nos lleva a Sócrates.  El daemon, sí,  esa voz interna que le repetía al filósofo creador de la  mayéutica: “Sócrates, ejercítate en música”, “Sócrates, ejercítate en música”. Si la música es como un daemon socrático, esa entidad invisible que sugiere cosas, entonces es también una incitación a  hacer, a crear. El daemon,  la voz de lo otro que soy yo  mismo, el pensamiento en movimiento,  la memoria caminando y creando formas, estructuras móviles; trayecto invisible,  abstracción del movimiento; el daemon- música un medio de acceso a una realidad alternativa a ésta realidad que habitamos; y un medio para transformarla.

El valor de los valores.



Toda sociedad se funda sobre determinados valores que responden a su circunstancia, a sus necesidades institucionales, sociales, educativas, económicas, políticas y apocalípticas. Cualquier tipo de valor responde a los valores de un estado específico. Los valores se adecuan a los fines de un estado  y se adaptan a la circunstancia, por eso vemos que las normas estéticas son paralelas a las normas morales y sociales. No es casual que en los tiempos del monoteísmo y de la Monarquía se privilegiará a la monodia musical, que en los tiempos modernos, con el surgimiento de la democracia y el anuncio de la muerte de Dios,  surja una armonía sin un centro tonal: el atonalismo.
No sin cierta melancolía, nos damos cuenta que la música, a lo largo de la historia  ha sido tomada como un mero instrumento de educación, de evangelización, de politización, de entretenimiento. No como un medio para crear valores, sino como un medio para trasmitirlos irreflexivamente; y es que cuestionarse los valores de una sociedad es  cuestionar también el valor de los valores.